La brujería es
completamente distinta de la magia; el mago llama al diablo y lo pone a su
servicio; el brujo y, sobre todo, la bruja, son sus esclavos. Hago hincapié en
el femenino de la palabra porque, según los estudiosos, hay un brujo por cada
dos mil brujas y son muchas las razones que lo explican y justifican. Desde el
relato bíblico del árbol del bien y del mal en el Paraíso, se identifica a la
mujer con la serpiente y con la función de colaboradora de Satán en su papel de
"tentador". A este recuerdo se añade toda una teoría contraria al
sexo y a las actividades sexuales, de las que la mujer es protagonista y -se
dice- también incitadora y provocadora. Su sexualidad es mucho más compleja y
misteriosa que la del hombre, por eso la sangre menstrual, las placentas y los
fetos se utilizan con frecuencia en la brujería, y es más larga. Influye,
además, la marginación en una sociedad de hombres en la que se le negaba todo
protagonismo y hasta el acceso a la más elemental cultura.
Es también una
venganza contra la Iglesia. Mientras los concilios le niegan sistemáticamente
el derecho al sacerdocio, ella se convierte en sacerdotisa de Satán y utiliza
los poderes que su amo le confiere para amedrentar a los hombres. En cierto
modo es la primera rebelión feminista de la historia.
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